La edad es solo un estado de la mente
Tengo un radar que instalé con el único propósito de detectar las excusas; cierto que lo activé para detectar las propias, pero no distingue entre personas: cuando detecta una excusa, ya sea externa o de fabricación casera, salta la alarma. Pues bien, esta mañana encendió la luz roja, hizo vibrar cuanto tenía a su alrededor y sonó a toda potencia, pues no sólo había detectado una Excusa Reiterada, a saber: “Es la edad, ya estoy mayor para esto”.
Su emisor, acto seguido, adoptando la pose de un anciano que físicamente no pudiera ni tan solo desdoblar un pañuelo para sonarse por sí mismo, se dejó caer en la primera silla que halló a su paso.
-“¿Qué edad tienes?” –le pregunto. Le pregunto no porque la edad fuera un factor importante, sino porque intuía la respuesta… efectivamente, nuestro hermano en cuestión lleva sobre la tierra menos vueltas alrededor del sol que yo. Al recibir tan sorprendente información, el abuelo enderezó su columna vertebral, alzó la cabeza, respiró hondo y sencillamente volvió al trabajo con el ímpetu de un joven de su edad; sin excusas.
Y es que la edad es sólo un estado de la mente.
Puedo decidir si me visto a la mañana para ir a jugar al patio de colegio que es esta vida con mis mejores galas, adornando mi templo para recibir una fiesta cada Hoy y que al verme se alegre mi propio reflejo. O puedo embutirme en ropas viejas, gastadas, desteñidas por la apatía y el mal humor. Yo decido.
Puedo decidir si me visto a la mañana para ir a jugar al patio de colegio que es esta vida con mis mejores galas, adornando mi templo para recibir una fiesta cada Hoy y que al verme se alegre mi propio reflejo. O puedo embutirme en ropas viejas, gastadas, desteñidas por la apatía y el mal humor. Yo decido.
Puedo salir al mundo con el corazón abierto y una sonrisa imán de otras sonrisas, dispuesta a no volver a casa sin haber hecho un nuevo amigo con el que jugar. O puedo encerrarme en mi habitación esperando a que pase algo, que pasará mañana, y no hoy. Y siempre es Hoy. Yo decido.
Puedo cuidar mi cuerpo, entrenarlo, mimarle con alimentos saludables y recordarle que le amo y siempre cuidaré de él. O puedo intoxicarlo de mil maneras con feos pensamientos convertidos en acciones que le hagan pensar que ya no le quiero, que ya no me gusta. Yo decido.
Puedo cultivar el optimismo y ver en cada obstáculo una oportunidad para saltar, cosa que me divierte mucho, o puedo fruncir el ceño para no ver los problemas, tanto que mis cejas sean una y toda mi cara una arruga. Puedo bailar sobre los charcos, a lo Gene Kelly, o encorvarme bajo la lluvia. Puedo utilizar cuantas cosas el mundo me brinda para construir un gran “Lego” de colores que reinventarme cada día, o puedo sentarme en un rincón y mirar cómo otros construyen, y criticar sus castillos de arena, segura de que yo lo haría mejor. Es mía, la decisión. De nadie más.
Puedo relacionarme con los demás humanos como lo que son: mis abuelos, mis padres, mis hermanos o mis hijos, y tratarles con el amor que merecen, que es todo el amor, o puedo dejar que sean nuestras diferencias quienes marquen el ritmo, y paso a paso nos alejen, hasta restar en soledad. Porque sólo yo decido.
Y decido Vida. Decido caminar por el mundo con una nariz de payaso como arma en un bolsillo. Y pobre de aquel que ose obligarme a utilizarla: sufrirá terrible dolor de panza e incluso puede que descoyuntamiento maxilar; así se lo pensará dos veces antes de estar triste. Y decido saludar por la calle, mirando a los ojos y con una gran sonrisa, de esas que hacen cosquillas al alma. Y ser muy feliz porque la lluvia hace brillar todas las cosas, y ser muy feliz si luce el sol que tanto le gusta a las flores. Decido cantar, y reírme de la risa, y tender manos que unidas a otras manos creen puentes por los que pasear cogidos de otras muchas manos. Decido vivir la vida, esta vida, la mía, la única que poseo, exactamente igual que lo hace un niño. Porque soy una niña.
Porque la edad es sólo un estado de la mente.
Porque la edad es sólo un estado de la mente.
Montserrat González Martín. (artículo de Mindalia)
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