Editorial /8999
NO FLOREZCA EN BALDE
La aparente crisis nos empuje al silencio imprescindible. No nos faltan recursos, adolecemos de reverencia, de agradecimiento. Hemos cargado con demasiado olvido. La verdadera crisis vendrá cuando se derritan la nieves y no florezcan los campos; cuando los ríos canten y la primavera recule y se esconda; cuando el fuego del hogar calle y las yemas no exploten…, pero el verde se prepara ya para acoger por todas partes a la nueva vida y sus colores.
Érase un sol que nunca olvidó ningún alba, una luna que ordenaba las pausas, unos planetas que nos amparaban en medio del infinito. Érase un viento que traía los aromas más lejanos, que empujaba el polen para amarillear nuestros prados. Érase un fuego siempre dispuesto a calentar las estancias y a tostar nuestros granos. Éranse unos ríos que nos acercaban el agua pura de las altas cimas; una Madre Tierra que ponía en nuestra mesa las frutas cargadas de jugo en el estío y los frutos rebosantes de energía en el invierno.
Érase un sol que nunca olvidó ningún alba, una luna que ordenaba las pausas, unos planetas que nos amparaban en medio del infinito. Érase un viento que traía los aromas más lejanos, que empujaba el polen para amarillear nuestros prados. Érase un fuego siempre dispuesto a calentar las estancias y a tostar nuestros granos. Éranse unos ríos que nos acercaban el agua pura de las altas cimas; una Madre Tierra que ponía en nuestra mesa las frutas cargadas de jugo en el estío y los frutos rebosantes de energía en el invierno.
Érase un Reino mineral que nos aportaba piedra para nuestros refugios, asfalto para nuestros caminos y clavos para nuestras maderas; un Reino vegetal que nos proporcionaba algodón para nuestros cuerpos desnudos, mimbre para nuestros recios cestos y alimento para nuestros estómagos vacíos. Éranse unos hermanos erguidos que lo entregaron todo, espesa sombra cuando el calor y dura leña en el otoño. Érase un Reino animal que nos daba fuerza para nuestros arados, lana para los vientos del Norte y compañía junto a la chimenea en las largas tardes de invierno.
Érase un mar que durante milenios estuvo lamiendo a las rocas sus minerales, para después presentarnos en el salero esos mismos nutrientes que nosotros urgíamos. Érase una olas que sembraban caracolas por la arena; que entonaban la canción que pedían nuestras noches, unos pájaros que piaban la melodía que necesitaban nuestros amaneceres. Éranse unos párpados finos para cuidarnos del polvo, para ser despertados con suavidad a la primera luz del alba. Éranse unos ojos para esquivar las rocas y llorar los atardeceres; unos pies para hollar los senderos de polen, unos oídos para escuchar todas las baladas, una lengua para comunicarse con todas las gentes, unos labios para besar con ternura a la Vida y a la amada. Éranse unas estrellas para arrojar lejos el alma, para tachonar nuestras noches de asombro. Érase el Sin Nombre, éranse Grandes Seres y Arcángeles, Devas y elementales que se desvivían para que todo eso funcionara, para que todo latiera, para que nada se detuviera…
Todo contribuía a favor del humano. Todo estaba organizado para servirnos. Pero el humano, ¿dónde estaba el humano, el Reino al que toda la Creación servía? ¿A quién acariciábamos, a quién servíamos nosotros/as, a quién amparábamos y calentábamos? ¿Por quién rodábamos, florecíamos, nos ofrendábamos…? Érase una temprana primavera en que reparamos que todo conspiraba en nuestro beneficio; que todo se reunía para servirnos, para procurar nuestro respiro, nuestro suspiro. Todo respondía a un magno y preciso Plan, a una Trama divina que nos invitaba a nosotros/as también a sumarnos.
Hemos cargado ya con demasiado olvido. Algo llama ahora a comenzar a devolver… La humanidad no madura necesariamente cuando arroja cohetes al espacio, o cuando viaja al más minúsculo átomo. La humanidad progresa cuando cuida y venera su vasta heredad; cuando participa de esa sinfonía de esfuerzos; cuando toma conciencia de que nada tiene dueño, de que todos los dones son para todos; cuando comienza a agradecer y devolver la infinita gratuidad que recibe cada mañana.
Ni un sólo instante la savia dejó de remontar las ramas, el viento de arrastrar semillas y el mar de lamer las rocas... Fue cuando las flores despertaban en nuestros valles empapados; fue al comenzar a estallar temprano aquella primavera, cuando rompieron también nuestros olvidos. No, no hay más “prima de riesgo” que seguir respirando y no estar agradeciendo. No, no hay crisis, sólo olvido, sólo sordera que no alcanza a oír el océano infinito en las pequeñas caracolas. No, no hay crisis, sólo atinar nueva frecuencia, sólo escuchar reverentes esa Vida, ese mar, ese viento, esos Reinos... que cantan por y para nosotros.
No florezca en balde esta Primavera. Podamos ser, más y más agradecimiento que comience a desbordar nuestros corazones, más y más frentes que suden ya por el bien de todos y de todo; más y más almas que se vuelquen al progreso del Plan Supremo de Divino Amor para nuestra Tierra siempre bendita.
Equipo de Portal Dorado